miércoles, 16 de mayo de 2012

Juegos

Hubo un tiempo en el que no me importaba en absoluto lo que pensabas; ahora sé que se ha acabado. Lo supe aquella vez que nos vimos en aquel bar a las dos de la mañana del sábado, con dos copas de más y el ruido de la música embotándonos los oídos. Te acercaste a mí y, como acostumbrabas, me pasaste una mano por los hombros y me estrechaste antes de darme un beso en la mejilla. Sí, recuerdo ese picor de nostalgia cuando me fijé en tu sonrisa y pensé "una vez le besé ahí".

Hablamos, otra vez, tímidos al principio, con la sombra del daño manchando nuestras voces; la confianza es una gacela que al herirla huye para no regresar. Pero la buscaste, con ahínco, reviviendo los buenos recuerdos, quiénes fuimos y cómo éramos. El trueno, la velocidad, el baile, el juego de los cinco ases en el que ambos hacíamos trampa. Y disfrutábamos con ello.

Volvimos a lanzar las cartas al aire mientras las luces de la ciudad se apagaban. Atrás quedaba el miedo y el rencor pasados y delante se alzaba lo incierto. Una nueva mesa. Una nueva partida.


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