viernes, 23 de septiembre de 2011

La Reina Negra: Historia de un final no pactado

Nota: Ésta es una de las cosas que nunca debí publicar, pero dadas las circunstancias me ha parecido oportuno hacerlo. Sandy.

  La chica estaba encerrada en su casa. Llevaba todo el día enganchada al ordenador intentando escribir algo de provecho, algo que la ayudara a desahogar sus penas y sus miedos a través de aquella tinta digital. No obstante, se distraía demasiado; cierto perfil de una red social ocupaba la mayor parte de su atención, algo que ya empezaba a resultarle tedioso. No podía evitarlo, pero quería hacerlo, tenía que hacerlo. Estaba atrapada. Se ahogaba. Sabía que sus esperanzas se desvanecían a cada minuto que pasaba. Su situación era, cuanto menos, insostenible.
  Finalmente colocó las manos sobre el teclado y empezó a escribir.

  La dama esperaba junto a la torre con la misiva en la mano. Traía sólo una breve nota: "La Reina Blanca ha caído". No sabía muy bien cómo se sentía: feliz por un lado, temerosa por otro...El corazón se agitaba en el interior de su pecho. Se avecinaban cambios.
  El Rey se mostró frío aquella noche. Quería aparentar fuerza, determinación y casi lo conseguía; sólo sus ojos profundos, oscuros como una cueva, velados por las lágrimas retenidas, revelaban que en el fondo algo no iba del todo bien.
  Los días pasaban despacio y la dama empezaba a sentirse incómoda, como si realmente nunca hubiese debido estar ahí, como si no encajase. Cada vez tenía más miedo a perderlo todo, y eso la llevó a querer controlar hasta las cosas mas nimias, a cometer innumerables estupideces, a acelerar vertiginosamente su caída. Llegó a estorbar tanto, que decidieron quitarla de en medio. La dama iba a morir.

  La joven levantó las manos del teclado. Era consciente de que había exagerado un poco las cosas. Su actual situación no era causa de una conspiración premeditada, ni del odio o la traición de aquel al que entregó su corazón meses atrás. No; era más bien el resultado de una serie de circunstancias desfavorables que le hacían perder el control y la desestabilizaban emocionalmente. Cuando estaba con él, aunque sólo fuese hablando, era “la más feliz”. Cuando algo no iba bien era completamente desgraciada. Dependía mucho de aquella persona, y eso, en el fondo, no le gustaba ni un pelo. Cada vez eran menos esos momentos egocéntricos en los que sus pensamientos le pertenecían sólo a ella, por eso cada vez los apreciaba más. Agradecía esa tranquilidad, esos paseos por el parque, esas tardes de tiendas, esas horas de lectura, esas pequeñas dosis de soledad absoluta...

  Encerrada entre torres blancas la dama pasaba sus últimos días con la única compañía de unas cuantas mujeres a su servicio. Se sentía más sola que nunca, abandonada, repudiada, olvidada...Su estado de humor era una veleta; tan pronto se reía de su desgracia como empezaba a llorar desconsoladamente. Aún así finalmente había encontrado las fuerzas para no desmoronarse y aguantar hasta el final con el orgullo altivo que siempre la caracterizó.
  De vez en cuando hacía un repaso de su historia, de cómo había llegado hasta allí. Su vida había sido como una partida de ajedrez en la que ella empezó siendo un pequeño e insignificante peón; pero muchas cosas habían pasado desde entonces en aquel tablero, y la pieza que ahora movía y que estaban a punto de comer era una flamante dama.
  Alguien interrumpió sus elucubraciones: tenía visita.
  Era un viejo amigo, compañero en aquella partida que aún se libraba: un alfil, su confidente. En cuanto entró por la puerta de la habitación su semblante se congeló en una mueca de asombro y compasión; el estado de su amiga no era precisamente el mejor que había visto.
- Nunca creí que te vería así.
- Ya ves...todo esto, al final, ha podido conmigo.
- Fuiste demasiado lejos. Eres demasiado ambiciosa, nunca te dabas por satisfecha.
- Ya...
- Nadie te considera una verdadera dama. Nunca fuiste nada más que un peón que por una extraña circunstancia llegó a la octava casilla.
- ¿Y eso no es “hacer dama”?
- Eso es jugar con fuego, y tú te has quemado. Ascendiste rápidamente en un tiempo de malestar e inseguridad, pero nunca llegaste a ser imprescindible. Hay muchas damas en este tablero y muchos peones esperando a serlo. Ahora todo ha cambiado. Puede que no merezcas tu destino, pero lo que sí es verdad es que tu tiempo se ha agotado.
- Lo acepto. Sí, he ambicionado lo que no era mío y muchas veces actué sólo pensando en mi propio beneficio. Lo reconozco, me pasé de la raya. Pero ahora es tarde para echarse atrás. Ahora sólo puedo tratar de irme con dignidad, como una auténtica Reina. Si nunca lo fui mientras estuve ahí, conseguiré serlo al marcharme.

  Ahí estaba el meollo del asunto. Había perdido su partida o más bien, la habían eliminado del tablero. Las piezas seguirían moviéndose sin ella. Echaría de menos todo aquello, sí, pero ese ambiente de angustia malsana en el que vivía no era bueno para ella. Tenía que resignarse, afrontar el final. No mantendría viva la llama de aquello que los destruía, pero tampoco dejaría que la apagase él. Ella misma ahogaría sus más profundos y desesperados deseos en el olvido.
  Llegaban tiempos de cambio, de decir adiós a muchas cosas y lo haría, no como peón, sino como Dama.

Censura

“Ya está”, me dije mientras ponía punto final al texto. Lo releí un par de veces y cambié unas cuantas cosas hasta que estuvo todo a mi gusto. Lo guardé junto con las demás, todas esas historias, reflexiones y demás locuras que cruzaban mi mente y que yo decidí poner por escrito. De un tiempo a esta parte cada vez eran más. Definitivamente, no hay etapa más prolífica para una aprendiz de escritora que cuando está enamorada.

Abrí una pestaña en internet con intención de publicarlo lo antes posible, pero antes de que diese el salto a las pantallas ajenas lo volví a leer una vez más...y cerré la página casi al instante. No podía publicar eso. Aunque sólo tres o cuatro personas leían mi blog habitualmente, había una, al menos, que no podía, o no debía leerlo, o que en el fondo, yo no quería que lo hiciera; era algo personal.

Ese relato no iba a ver la luz, al menos por el momento. Quedaría guardado a buen recaudo en el fondo de unos polvorientos archivos en algún recóndito lugar del disco duro de mi portátil, al igual que muchas otras historias que aún no me atrevo a contar. Mientras tanto publicaré sólo cosas inocuas, banales; aunque seguiré, como quién dice, fabricando mis bombas atómicas en secreto, bombas que algún día pienso soltar, pero para entonces estarán ya caducadas. Serán como cartas a título póstumo: bonitas, sentimentales, pero vacías.

domingo, 11 de septiembre de 2011

In memoriam

Mañana se acaba el  verano, o más bien las vacaciones de verano (el señor Lorenzo se dignó a aparecer por aquí hasta principios de septiembre) y hoy el día ha estado dedicado a los recuerdos, a la nostalgia y a la desazón que provoca saber que en menos de veinticuatro horas el despertador empezará a pitar sin piedad alguna, marcando el inicio de una nueva época llamada "Segundo de carrera".

En principio me pareció que este verano fue corto, insípido y casi hasta rutinario. No he salido de Asturias y las veces que he ido a la playa se pueden contar con los dedos de las manos; no obstante, si hago cuentas, en realidad no ha sido tan malo.

He empezado las vacaciones antes que nunca, el tres de junio a las siete de la tarde ya era una mujer libre, claro que por aquel entonces no lo sabía. Acababa de salir de un examen de física con el pulso latiéndome en las sienes y los nervios aún atragantados en la garganta. Unos diez días después se confirmó mi libertad.

Desde ese día hasta hoy han pasado más de tres meses y más de trescientas anécdotas que contar con una coca-cola (light) delante. He conocido muchas caras nuevas; he extrañado muchas otras; he llenado el ordenador de canciones nuevas y de chorradas escritas en mis noches de insomnio; he visto cómo la aurora se alzaba tras nosotros mientras caminaba por la calle con la única idea de quitarme los tacones al llegar a casa; he reído hasta que mi abdomen gritó "basta"; he llorado y he visto llorar; he tenido en la memoria la estructura de unos labios incorrectos; he visto a un rey mordiendo la arena y a otro alzarse casi imperceptiblemente para después marcharse sin más. He vivido, y eso me basta por ahora.

jueves, 1 de septiembre de 2011

La Cruz de Priena

"Aquí no hay ganadores lo importante es llegar". 
Sí, y aún así la mayor recompensa no es lo que te encuentras al final, sino haber disfrutado del viaje.




Al final estaba ahí; la benjamina del grupo lo había conseguido. Estaba sentada bajo la cruz en la cima de la montaña, contemplado el imponente paisaje que me rodeaba, y aunque sólo estaba a setecientos veinticinco metros de altitud, yo me sentía en la cima del mundo.

A mis pies se abría un profundo valle, el verde escenario de batallas pasadas; y sobre mí un cielo azul tan sólo ensombrecido por algunos nubarrones que se estrellaban en las laderas del Cuera. Era un espectáculo tan gratuito y tan hermoso que todo el cansancio acumulado tras veinticinco kilómetros de casi ininterrumpida marcha bajo el sol a través de la montaña, había valido la pena.

Aspiré el aire limpio de humanidad y me recosté para dejar que los rayos del sol me acariciaran y secaran mi frente perlada de sudor.
Abajo, las campanas de la basílica anunciaban el comienzo de la misa a los feligreses.
Había paz en el ambiente.

Celebramos el fin de nuestro ascenso con un poco de agua fresca y unos frutos secos para recobrar las fuerzas. Aún nos quedaba una larga y zigzagueante bajada por la ladera de la montaña, unos cuantos resbalones en los canchales blancos de cuarcita y unas cuantas ampollas por reventar dentro de mis botas.

Media hora después de abandonar la cima vislumbré por fin la carretera. Estaba agotada y el dolor de mis pies era casi inaguantable; por eso cuando vi que el camino se acababa no pude evitar decir para mis adentros (en esas condiciones te emocionas más viendo ese cacho desgastado de asfalto que si se hubiera aparecido la Santina): ¡Aleluya!