viernes, 23 de septiembre de 2011

Censura

“Ya está”, me dije mientras ponía punto final al texto. Lo releí un par de veces y cambié unas cuantas cosas hasta que estuvo todo a mi gusto. Lo guardé junto con las demás, todas esas historias, reflexiones y demás locuras que cruzaban mi mente y que yo decidí poner por escrito. De un tiempo a esta parte cada vez eran más. Definitivamente, no hay etapa más prolífica para una aprendiz de escritora que cuando está enamorada.

Abrí una pestaña en internet con intención de publicarlo lo antes posible, pero antes de que diese el salto a las pantallas ajenas lo volví a leer una vez más...y cerré la página casi al instante. No podía publicar eso. Aunque sólo tres o cuatro personas leían mi blog habitualmente, había una, al menos, que no podía, o no debía leerlo, o que en el fondo, yo no quería que lo hiciera; era algo personal.

Ese relato no iba a ver la luz, al menos por el momento. Quedaría guardado a buen recaudo en el fondo de unos polvorientos archivos en algún recóndito lugar del disco duro de mi portátil, al igual que muchas otras historias que aún no me atrevo a contar. Mientras tanto publicaré sólo cosas inocuas, banales; aunque seguiré, como quién dice, fabricando mis bombas atómicas en secreto, bombas que algún día pienso soltar, pero para entonces estarán ya caducadas. Serán como cartas a título póstumo: bonitas, sentimentales, pero vacías.

2 comentarios: