domingo, 15 de septiembre de 2013

A veces.

Creo que nunca sabré por qué, a veces, te sigo echando de menos.
A veces.
O por qué -también a veces- me empeño en creer que puedo confiar en ti, cuando la mayor parte del tiempo te repudio, mientras la voz de mi experiencia aplaude, complacida, mis desaires.
No sé por qué a veces me gustaría verte más a menudo. No sé por qué echo de menos tus estupideces ni por qué alguna vez las eché de más.
Lo único que sé es que hoy, ahora, te estoy necesitando. Así, en gerundio. Te estoy necesitando.
Te necesito como se necesita a alguien que ha llegado a conocerte; alguien que pueda reconocerme cuando ni yo misma soy capaz; alguien que tal vez me haya querido, aunque ya ninguno nos acordemos de eso. 
Me gustaría verte por la calle en uno de esos días en los que el cielo parece un frío Infierno griego; nos saludaríamos con educación, lo sé, pero nos miraríamos como dos personas que se han hecho mucho daño. Y adiós. Y hasta la próxima.
Te marcharás sin saber nada de esto; por una parte lo agradeceré; por otra, habría vendido mi alma porque hubieras visto, tras el frío reproche, la necesidad, el abandono, la soledad. Habría asesinado a mi ego por que lo entendieras, porque me atraparas una vez más entre tus brazos y tu pecho para hacerme sentir menos sola, mientras tu familiar olor a perfume caro me anestesia. Me habrías visto llorar.
No te imaginas cuán pocas personas me han visto llorar.
Creo que nunca sabré por qué, a veces, te sigo echando de menos.
Pero te echo de menos, de verdad.
A veces.

No hay comentarios:

Publicar un comentario