El Nordeste húmedo y frío se agitaba en mi pelo y me resecaba los ojos. Los cerré, ¡al diablo con él! Sólo quería escuchar el ronroneo de las olas, oler el perfume del agua y notar el regusto a sal en los labios. Pero no pude hacerlo; el viento silbaba fuerte, y el frío iba invadiendo mis manos y mi cara, iba subiendo por los brazos, bajando por el cuello, instalándose en mi pecho y calando hasta los huesos. El Invierno había vuelto otra vez.
Apenas podría creer que tan sólo unos días antes las cosas hubieran sido tan distintas. Lucía un sol radiante, primaveral, nuevo, y en la playa, el mar abrazaba los pies de dos caminantes a los que la casualidad había decidido juntar; dos almas heridas con hambre de redención; dos jugadores que disfrutaban esos pequeños momentos en los que jugaban con las picas en la mano y los corazones en la manga. Pero las bazas jugadas bajo la mesa empezaron a abultar demasiado, y tras poner las cartas sobre la mesa, terminó la partida.
Abrir los ojos fue como despertar de un sueño; nada parece ser del todo real. Un día decidí volver a la playa, al mismo sitio donde tiempo atrás habíamos contemplado el mar juntos. Me acerqué a la barandilla y me asomé por el borde del muro. Abajo las olas rompían con violencia, alisando la superficie de la playa, borrando todas las huellas de nuestro paso por aquel lugar. Pocas historias duran más de una marea. El tiempo, como las olas, acabaría borrando cualquier evidencia de su existencia, y entonces tan solo nos quedaría el recuerdo. El resto pertenecería al pasado. Miré a las olas y me dije que nadaba hacia buen puerto, pero aun así la travesía no iba a ser fácil. Ante mí se extendía un mar hostil y estaba completa y apabullantemente sola.
- ¿Qué harás ahora?- me dije. Estaba muy cansada y ansiaba encontrar la paz de nuevo, la que él conseguía hacerme sentir cuando me estrechaba entre sus brazos, ese dulce opio que me hacía sonreír después de cada beso, o el placer sencillo de olvidar el dolor.
A veces lo echaba de menos o sentía que lo necesitaba, pero a pesar de todo aquello, sólo había una posible respuesta a la pregunta que me había formulado; no podía volver atrás.
- ¿Qué harás ahora?- me volví a preguntar, y la respuesta era simple.
Capear el temporal.
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