jueves, 19 de abril de 2012

Beryl

Las llamas lamían la superficie de los manuscritos reduciéndolos a cenizas. En sus manos aún sostenía la pluma que tiempo atrás había probado aquellas páginas. Ella la miró con detenimiento una última vez, como si quisiera memorizar su forma, su tacto, sus colores, antes de arrojarla al fuego.

No sintió pena alguna esta vez, sólo vacío.

De pie, junto al fuego saboreaba aquella última calidez que las palabras iban a transmitirle, pero aún así se estremeció. Unos brazos la rodearon por la espalda, reconfortándola, y ella se dejó llevar por aquella inocente muestra de cariño.

- Pensé que al menos querrías conservar la pluma- susurró él en su oreja.
- ¿Por qué?
- Tal vez la eches de menos.

Ella se giró y lo miró a los ojos, dos gotas de miel verdosa que parecían invitarla a un banquete de sabores dulces y desconocidos. Por un segundo olvidó lo que le había dicho
.
- No- respondió al fin, aunque su voz no sonaba muy convencida. Era más un deseo que una certeza, pero no le quedaba más esperanza a la que aferrarse-. ¿Sabes qué es lo que escribía con esa pluma? Escribía las memorias de los sueños que jamás podría cumplir; aquellos tan hermosos y tan tristes al mismo tiempo que me llenaban el corazón de congoja y a la vez me desahogaban como un llanto de tinta. Pero simplemente eran sueños; cuando despertaba por las mañanas todo se había disipado y sólo me quedaba de ellos lo que había escrito. Ahora no me quedan sueños que soñar. Ahora los quiero vivir.

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