Nota: Ésta es una de las cosas que nunca debí publicar, pero dadas las circunstancias me ha parecido oportuno hacerlo. Sandy.
La chica estaba encerrada en su casa. Llevaba todo el día enganchada al ordenador intentando escribir algo de provecho, algo que la ayudara a desahogar sus penas y sus miedos a través de aquella tinta digital. No obstante, se distraía demasiado; cierto perfil de una red social ocupaba la mayor parte de su atención, algo que ya empezaba a resultarle tedioso. No podía evitarlo, pero quería hacerlo, tenía que hacerlo. Estaba atrapada. Se ahogaba. Sabía que sus esperanzas se desvanecían a cada minuto que pasaba. Su situación era, cuanto menos, insostenible.
Finalmente colocó las manos sobre el teclado y empezó a escribir.
La dama esperaba junto a la torre con la misiva en la mano. Traía sólo una breve nota: "La Reina Blanca ha caído". No sabía muy bien cómo se sentía: feliz por un lado, temerosa por otro...El corazón se agitaba en el interior de su pecho. Se avecinaban cambios.
El Rey se mostró frío aquella noche. Quería aparentar fuerza, determinación y casi lo conseguía; sólo sus ojos profundos, oscuros como una cueva, velados por las lágrimas retenidas, revelaban que en el fondo algo no iba del todo bien.
Los días pasaban despacio y la dama empezaba a sentirse incómoda, como si realmente nunca hubiese debido estar ahí, como si no encajase. Cada vez tenía más miedo a perderlo todo, y eso la llevó a querer controlar hasta las cosas mas nimias, a cometer innumerables estupideces, a acelerar vertiginosamente su caída. Llegó a estorbar tanto, que decidieron quitarla de en medio. La dama iba a morir.
La joven levantó las manos del teclado. Era consciente de que había exagerado un poco las cosas. Su actual situación no era causa de una conspiración premeditada, ni del odio o la traición de aquel al que entregó su corazón meses atrás. No; era más bien el resultado de una serie de circunstancias desfavorables que le hacían perder el control y la desestabilizaban emocionalmente. Cuando estaba con él, aunque sólo fuese hablando, era “la más feliz”. Cuando algo no iba bien era completamente desgraciada. Dependía mucho de aquella persona, y eso, en el fondo, no le gustaba ni un pelo. Cada vez eran menos esos momentos egocéntricos en los que sus pensamientos le pertenecían sólo a ella, por eso cada vez los apreciaba más. Agradecía esa tranquilidad, esos paseos por el parque, esas tardes de tiendas, esas horas de lectura, esas pequeñas dosis de soledad absoluta...
Encerrada entre torres blancas la dama pasaba sus últimos días con la única compañía de unas cuantas mujeres a su servicio. Se sentía más sola que nunca, abandonada, repudiada, olvidada...Su estado de humor era una veleta; tan pronto se reía de su desgracia como empezaba a llorar desconsoladamente. Aún así finalmente había encontrado las fuerzas para no desmoronarse y aguantar hasta el final con el orgullo altivo que siempre la caracterizó.
De vez en cuando hacía un repaso de su historia, de cómo había llegado hasta allí. Su vida había sido como una partida de ajedrez en la que ella empezó siendo un pequeño e insignificante peón; pero muchas cosas habían pasado desde entonces en aquel tablero, y la pieza que ahora movía y que estaban a punto de comer era una flamante dama.
Alguien interrumpió sus elucubraciones: tenía visita.
Era un viejo amigo, compañero en aquella partida que aún se libraba: un alfil, su confidente. En cuanto entró por la puerta de la habitación su semblante se congeló en una mueca de asombro y compasión; el estado de su amiga no era precisamente el mejor que había visto.
- Nunca creí que te vería así.
- Ya ves...todo esto, al final, ha podido conmigo.
- Fuiste demasiado lejos. Eres demasiado ambiciosa, nunca te dabas por satisfecha.
- Ya...
- Nadie te considera una verdadera dama. Nunca fuiste nada más que un peón que por una extraña circunstancia llegó a la octava casilla.
- ¿Y eso no es “hacer dama”?
- Eso es jugar con fuego, y tú te has quemado. Ascendiste rápidamente en un tiempo de malestar e inseguridad, pero nunca llegaste a ser imprescindible. Hay muchas damas en este tablero y muchos peones esperando a serlo. Ahora todo ha cambiado. Puede que no merezcas tu destino, pero lo que sí es verdad es que tu tiempo se ha agotado.
- Lo acepto. Sí, he ambicionado lo que no era mío y muchas veces actué sólo pensando en mi propio beneficio. Lo reconozco, me pasé de la raya. Pero ahora es tarde para echarse atrás. Ahora sólo puedo tratar de irme con dignidad, como una auténtica Reina. Si nunca lo fui mientras estuve ahí, conseguiré serlo al marcharme.
Ahí estaba el meollo del asunto. Había perdido su partida o más bien, la habían eliminado del tablero. Las piezas seguirían moviéndose sin ella. Echaría de menos todo aquello, sí, pero ese ambiente de angustia malsana en el que vivía no era bueno para ella. Tenía que resignarse, afrontar el final. No mantendría viva la llama de aquello que los destruía, pero tampoco dejaría que la apagase él. Ella misma ahogaría sus más profundos y desesperados deseos en el olvido.
Llegaban tiempos de cambio, de decir adiós a muchas cosas y lo haría, no como peón, sino como Dama.