miércoles, 1 de junio de 2011

La Reina Negra

Se retoma la partida dejada en tablas tiempo atrás. Las dos damas hemos esperado ansiadamente el momento en el que el telón de acero estallase y las piezas volvieran a moverse por el tablero.

Las blancas han movido primero. Los peones han avanzado tanteando el territorio enemigo, buscando algún que otro punto débil por el cual infiltrarse.

Me toca a mí mover, avanzo un peón, una pieza tan pequeña, pero tan útil...sólo con él podré saber cuál es el juego de mi adversaria. Ella avanza otro, sin amenazar al mío. Prefiere la prudencia.

No descubrirá sus cartas, todavía.

De nuevo me toca a mí. Miro el tablero que se extiende a mi alrededor: uno de mis alfiles está avanzado en territorio enemigo, el otro está un poco apartado, aunque pendiente por si necesito su apoyo en la contienda. A mi lado están mis dos torres, fieles y seguras por siempre. En un rincón, el caballo, que aún no se ha movido. Y al bies, en el otro extremo, enrocado con una torre y ausente de la batalla que se desarrolla a su alrededor, está mi objetivo: el Rey Blanco.

Pasa el tiempo y no ocurre nada. Sé que las blancas se mueven, se reorganizan y se preparan para la batalla final. Yo hago lo mismo con las negras. Me impaciento, pero intento conservar la calma. Me concentro otra vez en el Rey enemigo. Está tan lejos, y con la Dama Blanca dando vueltas a su alrededor es peligroso acercarse. “No aún”-me digo-. La partida no ha hecho más que comenzar.

Sé que es inevitable que un día nos encontremos ella y yo frente a frente. Sé que atacará con fuerza y que debo resistir su embestida. Y sé que nunca lo lograré si estoy sola.

Sólo espero que, al final de todo, consiga llegar al otro extremo. Entonces me situaré a dos casillas del Rey, y sostendré su verde mirada con desafío, saboreando esos momentos de gloria en los que sabes que lo has conseguido, pero que no te atreves a decirlo por si acaso es un engaño o un sueño demasiado hermoso. Sólo cuando él baje las armas me atreveré a sonreír y a pronunciar, en un susurro:
Jaque mate”.

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