El sol abrasaba la arena de la playa hasta casi derretirla, y nosotros, al filo de la insolación, buscamos refugio en las tibias aguas del mar Cantábrico.
- Lánzate de cabeza- me dijiste.
- Vamos- reíste- no seas cobardica. Ten un poco de valor.
Y sin esperar respuesta me cogiste en brazos y me llevaste en volandas hasta el agua, para luego dejarme caer sin piedad ni miramientos. Yo tenía razón: estaba helada y un escalofrío me recorrió la espina dorsal de arriba abajo mientras me hundía más y más hasta tocar el fondo. No obstante, orgullo aparte, he de admitir que fue una sensación bastante placentera, como si fuera la primera bocanada de aire limpio respirada después de salir de una casa en llamas. Aún así el orgullo es el orgullo, y el ser que salió del agua segundos después parecía más un basilisco enfurecido que una persona civilizada.
- ¡Serás imbécil!- grité con todas mis fuerzas mientras intentaba atentar contra tu integridad física- ¡Te voy a...!
-¡Mentira!- dije yo roja de rabia, aunque sabía que era cierto.
Entonces te acercaste, cogiéndome de la muñeca y colocándome a pocos centímetros de ti, y mirándome directamente a los ojos me dijiste:
Abrí los ojos como platos mientras notaba que mi corazón aceleraba el pulso hasta hacer que los latidos se confundieran unos con otros. Mi sangre ascendió en tropel hasta concentrarse en mis mejillas. Sentí que las piernas me fallaban, ahora sólo el agua me sostenía.
Intenté hablar, pero no podía. Tú estallaste en otra sonora carcajada. Hacía tiempo que no te veía tan contento.
- ¿Ves? No puedes negarlo.
Alcé la vista para encontrarme con tus ojos y murmuré sonriendo, dándome por vencida.
- No.
Y aunque parecía una tontería, ambos sabíamos que nos estábamos diciendo mucho más de lo que las simples palabras expresaban. Había muchas cosas que hasta entonces había callado, pero que no podía negar y tú lo sabías desde hacía tiempo. No era que me tiraras de golpe al agua lo que me gustaba, sino que estuvieras allí, en ese momento, gastando esa tarde conmigo, disfrutando del sol y del mar, haciéndome más feliz de lo que lo había sido en mucho tiempo.
Ser amigos, buenos amigos, solamente amigos. Algunos lo encontrarían decepcionante, pero yo pocas veces he visto algo más hermoso. Y eso me basta porque sé que pase lo que pase siempre vas a estar ahí.
Bajé la cabeza, azorada, y tú sonreíste. Era como si estuvieses leyendo esos pensamientos escritos en mi cara enrojecida ahora por la vergüenza. Me abrazaste con fuerza, y toda la presión del pecho, síntoma característico de mi enfermedad, desapareció como si nunca hubiese existido. Suspiré aliviada, pero no dije nada. No hacía falta. Me limité a abrazarte mientras las olas nos mecían.
Me encanta!! Por cierto, ya me dirás quien es! ;)
ResponderEliminarJusto te lo iba a comentar ahora por el tuentichat cuando te ibas =S. Da igual, te llamo un día de estos para una buena sesión de dinchiterapia =P
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